Dos distintas procedencias, dos lenguas antagónicas, una importante diferencia de edad y clase social, pero una admiración recíproca por sus respectivas obras e igual pasión por la escritura. Sobre estas bases se fraguó la sólida amistad de dos triestinos recalcitrantes, uno de adopción y otro de nacimiento y corazón: James Joyce e Italo Svevo.
Tras un fracasado viaje a Zurich, buscando un trabajo prometido y huyendo de Irlanda, Joyce y Nora Barnacle llegaron a la Estación Central de Trieste. En la ciudad, entonces perteneciente al Imperio Austro-Húngaro, tampoco encontró trabajo. Fue al sur de la península de Istria, en Pola, donde al fin fue contratado como profesor de inglés. Después de permanecer dos años allí, la pareja fue expulsada junto con todos los extranjeros porque se descubrió una red de espionaje, y volvieron a Trieste donde Joyce comenzó a dar clases en el Centro Berlitz; allí nacieron sus dos hijos.
Italo Svevo, cuyo nombre real de ascendencia judía era Ettore Schmitz, ya había escrito Una vida y Senilidad. Estas dos primeras novelas fueron ninguneadas por la crítica y el público italianos, lo que le deprimió bastante y dejó de escribir durante la friolera de veinte años, volcándose totalmente en los negocios. Pero en una ciudad tan cosmopolita, comercial e hipercomunicada con el resto de Europa como era Trieste los idiomas eran fundamentales y Svevo se decidió a estudiar inglés. El azar quiso que su profesor fuera un joven irlandés de llamativos ojos azules y estrábicos que acababa de llegar a Trieste, James Joyce. Este es el comienzo de una gran amistad y admiración entre los dos escritores. Transcribo unas palabras de Svevo extraídas de un texto titulado El señor James Joyce descrito por su fiel alumno Ettore Schmitz: «Cuando lo veo caminando por la calle, siempre me parece que está gozando de un descanso total. Nadie lo espera, y él no desea llegar a ningún sitio ni encontrarse con nadie. No. Pasea para estar consigo mismo».
Gracias al interés de Joyce por Svevo, intercedió ante la crítica y el escritor francés Benjamin Crémieux para que leyera sus libros. El irlandés errante llegó a memorizar los párrafos finales de Senilidad y convenció a Svevo de que pocos escritores podrían haber compuesto ciertos pasajes de esa novela y que, por supuesto, volviera a escribir. Aquellos comentarios surtieron efecto en Svevo, lo animaron y alegraron después de tantos años de ostracismo y abandono de la escritura. Como escribieron, un tanto rimbombantes, Claudio Magris y Angelo Ara: «Arqueólogo de la vida privada, Svevo bajará hasta las raíces de la existencia por las cicatrices que la psicopatología de la vida cotidiana abre como grietas en el rostro del hombre medio».
Joyce y Svevo mantuvieron su amistad a través de los años, hasta tal punto que el primero construyó el personaje de Anna Livia Plurabelle en Finnegans Wake inspirado por Livia Veneziani, mujer de Svevo. Aunque éste llegó a decir que «Estando lejos de Joyce es imposible tener noticias suyas», mantuvieron correspondencia cuando a partir de 1915 el irlandés abandonó Trieste para irse a vivir a Zúrich (y a París y luego a Zúrich definitivamente). Hay un libro de escasas pero intensas páginas que recoge parte de esas cartas y algunos comentarios críticos de Svevo sobre la escritura de Joyce, además de unas palabras de Livia Veneziani sobre las visitas de Joyce a Svevo.
En las cartas y postales que se intercambiaron, comparten guiños, bromas privadas y naturalmente hablan de literatura. Además se aprecia una amistad recíproca e inquebrantable, ya que ambos comparten el hecho de haber sido despreciados por los editores, cuya incompetencia les impidió entender su obra, por eso se apoyan y se recomiendan mutuamente a la crítica italiana y francesa: Svevo lo hace con Joyce a través de Eugenio Montale y Joyce con Svevo en la figura de Crémieux. Pero el reconocimiento tardío, aunque definitivo, de Svevo en Italia vino de la mano de Bobi Bazlen que lo recomendó encarecidamente a Montale que gozaba de cierta influencia editorial.
¡Qué tiempos aquellos en que un profesor de idiomas era un Joyce o un Machado! Y qué suerte que Svevo quisiese aprender inglés. Por lo que dices, sin Joyce quizá nunca hubiésemos podido leer la maravillosa «Conciencia de Zeno. Bueno, y sin Freud tampoco…
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Freud, no me cansaré de decirlo, nunca duerme.
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¡Me encanta la frase! Te citaré a menudo.
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No es mía, me la dijo Jean Jacques Burnel -bajista de The Stranglers- a propósito de un acto fallido que tuve. Fue hace ya un montón de años, pero seguiré diciéndola y escribiéndola. Me alegro de que la compartas y decidas usarla.
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