En octubre de 1908 Edoardo Weiss partió de Trieste para visitar a Freud en Viena. Tras la lectura de La interpretación de los sueños, sintió una enorme admiración por el padre del psicoanálisis y decidió acercarse hasta la capital del imperio Austro-Húngaro para ser psicoanalizado. Después de la consulta en el diván -fotografiado arriba-, le pidió la minuta a Freud y este le respondió que no cobraba nada a los colegas. Weiss apenas tenía 19 años y más adelante sería, efectivamente, el introductor de las técnicas psicoanalíticas en Italia.
Casi treinta años mayor que Weiss, el novelista de ascendencia alemana Italo Svevo -retratado abajo- también quedó fascinado por las teorías freudianas, él mismo fue psicoanalizado, y aunque entregado a la gestión de la empresa familiar, la compaginó con la escritura. Sobre esto escribió Jorge Edwards: «Lo obligaron a robar tiempo para la literatura». De paso diremos que su profesor de inglés en Trieste era nada menos que James Joyce, con quién mantuvo una intensa amistad, a pesar de las dificultades que debía entrañar ser amigo del dublinés.
El cuñado de Svevo, Bruno Veneziani, químico, pianista, adicto a la morfina y homosexual de vida disoluta, necesitaba apoyo psicológico urgente. Su madre quería hacer de él un músico afamado pero la realidad no operaba a su favor, sus trastornos se prolongaban y solapaban con ataques tremebundos. Ambos cuñados eran conocidos del poeta Umberto Saba que llegó a decir que “Svevo sabía escribir bien en alemán pero prefirió escribir mal en italiano”.
Por mediación de Weiss y con la anuencia de su cuñado Svevo, Bruno acudió al despacho del profesor Freud después de haber pasado por otros prestigiosos divanes. Entre 1912 y 1914 pasó por la consulta de la calle Berggase, 19 hasta que Freud se dio cuenta de que curarle era absolutamente imposible, pues Bruno no estaba dispuesto ni era capaz de abandonar su más que enraizado narcisismo y las patologías que arrastraba eran totalmente deseadas y potenciadas día a día por él mismo.
En La conciencia de Zeno, considerada como la primera novela cuyo tema central es el psicoanálisis, se desarrolla la historia de una fallida curación en forma de diario escrito por su protagonista, Zeno Cosini, un rico e insatisfecho burgués imbuido del espíritu neurótico de la época y en permanente lucha consigo mismo. Freud nunca la leyó, Svevo no se la envió y suponemos que su cuñado Bruno tampoco le prestó ninguna atención, solo tuvo el apoyo del periodista triestino Silvio Benco y en el resto del mundo se oyó un clamoroso silencio. Por otra parte, algo debió detectar el psicoanalista Edoardo Weiss en la trama de la novela cuando se negó a reseñarla a pesar de las reiteradas peticiones de Svevo para que lo hiciera.
1923 fue el año de publicación de La conciencia…, el mismo escritor pagó los gastos de la edición y la ausencia de reconocimiento le empujó a abandonar la escritura dolorosamente. Años más tarde gozó de prestigio literario en Francia e Italia gracias al apoyo de Joyce que se la recomendó al editor parisiense Benjamin Crémieux, y de su vecino Bobi Bazlen, otro triestino judío como él que reclamó al poeta Eugenio Montale soporte crítico y editorial para la novela de Svevo. Actualmente se la tiene por una de las mejores del siglo XX a pesar de la despiadada y copiosa competencia en este campo de la literatura.
Freud murió en 1939 refugiado en Londres, adonde huyó ya anciano y muy deteriorado físicamente por el cáncer de mandíbula, después de salvarse por los pelos del Anschluss de Austria. Edoardo Weiss, en la foto anterior, amenazado por las leyes antisemitas del fascismo italiano, dejó atrás Trieste y siguió tratando e investigando sobre la teoría del yo hasta morir en Chicago en 1970. De Bruno Veneziani sabemos que siguió con su tendencia a la autodestrucción y se fue a vivir a Roma, allí sobrevivió hasta que su hígado dijo basta. Sin embargo, la obra de Svevo comenzó a ser reconocida cuando éste era muy mayor y, abandonando toda confianza en las tesis psicoanalíticas tras el estrepitoso fracaso de Freud con su cuñado, volvió feliz a la escritura, aunque lenta y fatigosamente, según su biógrafo Maurizio Serra.
Alrededor de las tres de la tarde del 12 de septiembre de 1928 Ettore Schmitz/Italo Svevo sufrió un accidente de coche que lo envió directo a la posteridad. Y casi cien años después su novela puede encontrarse sobre las estanterías de las librerías de prácticamente todo el mundo.
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