Sobre padres e hijos

25 Ene

Este poema de Gil de Biedma da pie a la recomendación de varias lecturas que sondean las relaciones humanas más intensas que pueden experimentarse, aquellas que no se eligen y apenas nadie puede renunciar a ellas. Relaciones que, por muy complicadas que hayan sido, se prolongan en el tiempo más allá de la vida. La profundidad de las mismas queda reflejada y analizada en estos libros de recuerdos personales, en ellos encontramos rencores, malentendidos, pequeñas venganzas, resentimientos, olvidos, odio y amor, mucho amor.

«La veía pocas veces. No recuerdo de ella ni un ademán de ternura auténtica o de protección. Me notaba siempre hasta cierto punto con la guardia alta en su presencia. Sus repentinas iras me perturbaban, y como asistía al catecismo, le rezaba a Dios para que la perdonase».

«Antes de marcharme del hospital me preguntaron si autorizaría la autopsia. Yo les dije que sí. Más tarde leí que, en los hospitales, preguntarle a un pariente si autoriza una autopsia se considera una cuestión delicada y peliaguda, a menudo el más difícil de los pasos rutinarios que siguen a una muerte».

«El acto de reflexionar sobre la vida de mi madre es un acto de amor. Y mi memoria incompleta de su vida no debe tomarse como un amor incompleto. Quise a mi madre como lo hace un niño feliz, irreflexivamente y sin dudas».

«Nos dirigíamos la una a la otra en un tono de disputa en cualquier circunstancia. Yo oponía el silencio a sus tentativas por mantener la antigua complicidad ya imposible: si le hablaba de deseos que no tenían relación con los estudios o discutía de política, me escuchaba primero con agrado, y de repente con violencia: Deja de comerte la cabeza con esas cosas».

«En un mundo que compartían todos los demás, el tiempo de la humanidad transcurría como un gigantesco destino maligno. Él no era responsable del bebé que llevaba en su regazo, el monstruo que regía su destino personal».

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