A propósito de Miramare, Claudio Magris le dijo a Robert Kaplan: «En ese castillo celebraron los alemanes la última cena de gala antes de la liberación de la ciudad, el 30 de abril de 1945. Nunca he sabido en qué consistió el menú».
Con piedra blanca de Istria fue construido en el XIX por el Archiduque Maximiliano de Habsburgo. Aquí fue donde el aristócrata austriaco recibió a un grupo de próceres mejicanos que le propusieron ser Emperador de México. Con el apoyo de Napoleón III y sin imaginar su triste destino cometió el error de aceptar, dejando atrás la vieja Europa simbolizada en este castillo de las afueras de Trieste.
El 28 de mayo de 1864 llegó al puerto de Veracruz y tras tres años de duras e inesperadas vicisitudes políticas y militares cayó en desgracia a ojos de los revolucionarios. Su mujer, la emperatriz, se desplazó a Francia en busca de ayuda y al no recibirla la pobre Carlota enloqueció. Maximiliano permaneció en México hasta que fue juzgado y condenado a muerte en 1867. Cuando lo llevaban ante el pelotón de fusilamiento dijo: «Estoy listo», y acertó.
Más le hubiera valido haber abandonado toda esperanza de dirigir un país en llamas y permanecer en el plácido Miramare «contemplando cómo se pasa la vida y cómo se viene la muerte tan callando». En definitiva, envejeciendo cómodamente junto a su familia en este idílico recodo del Adriático, donde como nos recuerda Claudio Magris los nazis celebraron su última cena de gala antes de huir de Trieste.
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