Empire. La nada bajo la apariencia de eternidad

9 Ene

«Sobre todo nada», Miguel Albero

Esta es la segunda vez que el mítico Empire State aparece en este blog. En esta ocasión de manera inmaterial: en película, la que dirigió Andy Warhol en plena efervescencia de The Factory y que, a estas alturas, permanece como una de las experiencias artísticas más poderosas y memorables.

Entre las 8.06 de la tarde del 25 de julio de 1964 hasta las 2.42 de la madrugada del día siguiente una cámara Arri rodó una imagen estática del extremo superior del rascacielos neoyorquino, tal como se aprecia en este fotograma del film. La cámara, operada por el cineasta Jonas Mekas, estaba situada a resguardo en el estudio de unos amigos de Warhol, a dieciséis manzanas del Empire, exactamente en la planta 41ª del entonces llamado Time-Life Building Center (actual Rockefeller Center). Fue John Palmer de quien partió la idea de la película y ejerció de ayudante del rodaje.

Aunque el material rodado alcanzó 6 horas y 36 minutos, la velocidad fue ralentizada hasta llegar a 8 horas y 5 minutos de proyección. Esta inusual duración y un único plano fijo es lo más reconocible y, a su vez, lo más relevante de este experimento visual que, en ciertos aspectos formales, coincidía con las creaciones más vanguardistas de esos momentos. Se estrenó en 1965, justo el mismo año que Warhol declaró que abandonaba la pintura para entregarse a otros proyectos multimedia. Podríamos considerarla como una alegoría de la ciudad y de la propia realidad, porque responde a un lugar, Nueva York, y a un tiempo, los años sesenta.

A diferencia de Sleep, su anterior largo, donde se veía dormir al poeta John Giorno durante 5 horas en diferentes planos, en Empire el elemento filmado es inanimado, solo ocurre que anochece y se encienden las luces. No hay acción ni movimiento interno y la cámara no se mueve más allá de algún temblor. Conceptualmente es una aguda aportación a la idea del tiempo cinematográfico, un estiramiento o un acabamiento del mismo, y desde el día de su debut supuso un ataque a las raíces de la noción convencional que se tenía del cine.

Los espectadores, casi anulados por la proyección, nos rendimos ante el poder hipnótico de una visión permanente, obsesiva e imperturbable que de ninguna manera se nos permite esquivar y, por tanto, nos encontramos abocados a su estricta contemplación y solo se nos permite parpadear o abandonar la sala de proyecciones. Warhol logró con Empire incorporar el cine al arte contemporáneo, potenciando la imagen proyectada como soporte artístico en el siglo XX. De este modo, el film se erigió en uno de los símbolos más potentes del cine underground y en novísima obra de arte conceptual.

En este libro de Mekas, el autor transcribe un correo, a propósito de Empire, remitido por Neil Hennessy a L. Bruchill con fecha de enero de 2010. En él puede leerse: «Jonas Mekas aparece reflejado en la ventana al comienzo del rollo 5, a las 3 horas y 14 minutos de comenzar la película, aproximadamente. A las 4 horas y 51 minutos, puede verse el reflejo de Andy Warhol al inicio del rollo 7. Y al comienzo del rollo 10 es visible el reflejo de John Palmer, a las 7 horas y 17 minutos».

En el metraje final estaban, como tenues reflejos, Andy, Jonas y John, testigos del acontecer de la nada bajo la apariencia de eternidad (Sub specie aeternitatis). Nosotros, pacientes espectadores de Empire, también lo podemos atestiguar.

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