«Lo único que la ciudad conserva intacto (y sin visitar) es un pequeño cementerio que se encuentra camino del castillo. Algunas lápidas están caídas; la maleza lo invade todo. Custodia los restos de los soldados rusos que perecieron en las inmediaciones de Weimar cuando la ciudad fue tomada casi por completo. No más, calculo, de treinta o cuarenta tumbas.
Muchas de ellas pertenecen a soldados de dieciséis o diecisiete años, salidos de las estepas asiáticas de Kazajstán y de Turkmenistán, y conducidos hasta la muerte en una tierra y en una lengua de la que jamás habían oído hablar por la insensata y mecánica resistencia y la habilidad militar de un Reich agonizante.
Ese desconocido cementerio pone de manifiesto la estúpida inutilidad, inutilidad e inutilidad de la guerra, su voraz apetito de vidas infantiles. Pero también, y no en menor medida, expone las asombrosas afinidades existentes entre la guerra y la alta cultura, entre la violencia bestial y el cenit de la creatividad humana. Los Jardines de Goethe se encuentran a pocos minutos de allí. Las avenidas familiares para Liszt y Berlioz rodean la verja herrumbrosa. Hay descanso aquí, mas no paz».
Párrafos de Errata. El examen de una vida de George Steiner.
Nota: las fotografías de esta entrada fueron tomadas en otoño de 2019, ya adecentado el cementerio.
Escalofriante la condición del ser humano, produce pavor e indignación, ni siquiera tristeza, asumir que somos así de brutales
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A media hora de Auschwitz vivía el mayor especialista en música barroca; todas las tardes miraba el humo que salían de las chimeneas de los crematorios.
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