Si la finalidad de este texto fuese su publicación en un periódico habría que esperar a que coincidiese con una fecha redonda (un aniversario, una reedición…). A pesar de esto, el jefe de la sección de cultura diría bufando que el autor apenas escribió dos poemarios, solamente pintó algunos cuadros y además era un maldito drogadicto y alcohólico que sableó a quien se puso por delante. Todo porque a la prensa, salvo rarísima excepción, le importa un bledo hablar de un poeta que se automarginó: Rafael Feo Zarandieta.
El 6 de mayo de 2006, Rafa murió a los sesenta años con el corazón reventado como su amado Brodsky, su cuerpo fue encontrado tres días más tarde. Fue pintor y poeta, trabajó en el cine y en lo que pudo pero, como él mismo confesó, siempre gozó de una tendencia natural al despido. Valdría decir que sobrevivió inmerso en lo que Félix Ovejero denomina «una libertad inhóspita», porque ante el confort de la servidumbre eligió los riesgos de la independencia.
Le conocí años antes de que inaugurase su primera exposición en la galería La Cúpula, propiedad de un tal Fraile, exmánager de Julio Iglesias. Coincidiendo con esa exposición, Gonzalo Armero le editó 150 ejemplares de un poemario titulado ambiguamente De pendencia. En él se podía leer un escaso puñado de versos, algunos de ellos de carácter aforístico que hacen recordar a Stanislaw Jerzy Lec.
En casa de Teye Trueba, y bajo los efectos verborrágicos del alcohol, recuerdo haber recitado mano a mano con él el poema De Vita Beata de Gil de Biedma. Si cierro los ojos, aun puedo ver sus cuadros hechos con cartón de cajas que recogía por la calle y en los que pintaba con gruesos trazos, rojos y negros, frases más o menos conexas (sos viet), pero sobre todo recuerdo sus poemas.
La última vez que hablé de Rafa fue el año pasado con Luis Alberto de Cuenca y reivindicamos De pendencia como un poemario de una potencia abrumadora y acabamos citando algunos de sus terribles versos. También hablamos de su vida extremosa y recordamos a Paracelso cuando nos avisó a todos de que «Solo la dosis hace al veneno» (Dosis sola facit venenum).
Mi último encuentro con Rafa fue en 2000 en la Filmoteca Española. Junto a Milagros, su mujer, y Ángel Cabello vimos por enésima vez La torre de los siete jorobados de Neville. Tras la peli, mientras nos tomamos una copa en el bar del cine Doré y hablamos del conde de Berlanga de Duero, me preguntó de sopetón qué era el síndrome de Korsakoff. Le acababan de diagnosticar esa fatídica enfermedad que condena a la pérdida de la memoria reciente y, con el tiempo, de la retrógrada. Fue entonces cuando le recomendé la lectura de El hombre que confundió a su mujer con un sombrero de Oliver Sacks, donde se describe con minuciosos detalles clínicos ese perturbador síndrome. Días más tarde quedé con él para dejarle el libro. En España aun no se había estrenado el film Memento de Christopher Nolan que como cinéfilo, seguro, le habría encantado.
Hablo de Rafa y de su De pendencia porque todavía lo releo de vez en cuando. Es una poesía conversacional sin concesiones al ornamento ni lo superfluo, seca, dura y a veces cortante; y hablo de ella porque en la dedicatoria me pidió imperativamente que lo hiciera. Recuerdo con claridad su cuerpo enjuto, la cara pálida y huesuda y, sobre todo, la vehemencia de su voz rebelándose constantemente contra el mundo. Subo este post ilustrándolo con varios poemas de este libro inolvidable escrito por el poeta del que casi todo el mundo se olvidó.
La ventaja de no pertenecer a ningún club es que puedes dirigirte a todo el mundo, como un superviviente con un stock de botellas recuperadas del naufragio.
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Rafa era un naufragio en sí mismo.
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Tiene que haber una razón vital o emocional para el síndrome Korsakoff.
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Su aparición responde a pura química: a la falta de vitamina B1 en el organismo. En el caso de R. F. fueron los excesos, pero puede darse en los no consumidores por importantes alteraciones neurológicas. Para desentrañar los pormenores de este síndrome, que incluso incapacita al paciente a crear nuevos recuerdos, lo mejor es leer la envolvente y seductora literatura clínica del recientemente fallecido Oliver Sacks. En mi opinión es una enfermedad que posee un aura literario y cinematográfico nada despreciable, dada su capacidad de invención de mundos paralelos y olvido del real; baste recordar el film Memento.
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Una de ellas el alcoholismo!!
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Sin duda que las sustancias tienen mucho que ver en este caso. Porque el alcohol destruye la capacidad de asimilación de la vitamina B1 en el estómago y no deja que llegue al cerebro. Eso dice la wiki más o menos.
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Tú que lo has conocido, ¿su vida fue tan terrible como parece o sólo lo fue su final?
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No soy ninguna autoridad, pero creo que el final fue digno de su vida.
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Vuelvo a leer esta entrada y aún me gusta más este tipo. Tanto como Diego Lara. Es una suerte que me los descubras.
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Vi 3 cuadros suyos y ahí había pintor.Vi algo de dependencia y ahí había escritor.Una pena.
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