“En los almuerzos de banqueros se habla de arte; en los de artistas, de dinero”. Oscar Wilde
Descifrar la manera en que funciona la actual estructura económica del arte contemporáneo, analizar cómo se dirime el precio de las piezas artísticas y su autenticidad e indagar por qué los creadores pueden estar de moda o vivir sus más humillantes horas bajas son algunos de los objetivos de este interesante y denso libro de Don Thompson: La supermodelo y la caja de Brillo (Ariel, 2015).

Damien Hirst, símbolo del deterioro del mercado artístico, flanqueado por dos copias de Por el amor de Dios. Aunque ahora su cotización viva relativas horas bajas, hubo un tiempo en que la obra de Hirst estuvo pagada como la de ningún artista vivo.
Después de publicar con éxito El tiburón de 12 millones de dólares, Thompson ha debido encontrar más materia oscura en el arte contemporáneo y con esta nueva entrega continúa sus investigaciones sobre el escandaloso asunto de los nuevos (falsos) coleccionistas que imponen los precios del mercado. Estos inversores sin escrúpulos han encontrado en el tráfico de aparentes obras artísticas un espacio especulativo donde multiplicar su dinero. Un lugar donde es más importante el precio que el valor.
La libertad de movimientos del capital que auspiciaron Thatcher y Reagan nos ha traído, entre otras cosas, esta especie de grotesco acabamiento del arte en el que se mueven especuladores, subasteros, marchantes corruptos y artistas mediocres. A fin de cuentas: estafadores. A estos se les han unido con total entrega museos públicos y privados que confieren legitimidad a un arte que a todas luces carece de ella. Si tenéis ocasión de leer La supermodelo y la caja de Brillo no dejéis de hacerlo porque, con una escritura asequible aunque a veces demasiado especializada, Don Thompson arroja luz sobre los rincones más sucios de los circuitos en los que se mueve la mercancía artística.

La Rivoluzione siamo noi del avispado Maurizio Cattelan, cuyo título ha robado a Beuys. Esta copia pertenece a Rubell Family Collection.

Jeff Koons orgulloso de pasear su vulgar perrito por Venecia y, por supuesto, orgulloso de sí mismo y del dinero que gana en el corrupto mercado del arte.
Vaya timo esto de las ” franquicias ” , ” prestamos ” de los Centros de Consumir Arte. Voy al Prado y vale ver 10 Picassos y algunos cuadros más del Kunstmuseum de Basilea 16 euros. Sale cada Picasso a un euro. Por ese dinero me compro un pedazo de libro de arte para toda la vida, por ejemplo el que tú recomiendas que tiene buena pinta.
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Pues, más o menos, por ese precio puedes introducirte en la zona más basura del arte contemporáneo y se tarda más en leerlo que en ver 16 picassos.
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