Aún no se ha podido constatar con detalle lo que puede ocurrirnos una vez muertos. Los ateos tenemos la convicción de que extinta la carne no nos queda nada más que ofrecer a la posteridad, quizá un leve recuerdo de nuestro corto paso por la Tierra. Otros, sin embargo, creen de mil maneras que trascenderemos a otro tipo de vida más allá o más acá. La pintora Leonora Carrington le tenía pavor a la muerte, pues como solía decir sólo tenemos conocimiento de la vida y no sabemos lo que es el morir. Con miedo o sin miedo, con unas convicciones o con otras, morir es abandonar el mundo de los vivos, y hacerlo en Liubliana tiene una ventaja, pues una vez finiquitada la existencia tu cuerpo o tus cenizas podrán quedarse en uno de los cementerios más bellos del mundo.
Los locales denominan Zale o, exactamente, Plecnikove Zale, al camposanto de la capital de Eslovenia. Plecnikove Zale recoge su nombre del arquitecto que levantó este complejo funerario entre 1937 y 1940. Joze Plecnik es uno de los más sorprendentes proyectistas del siglo XX, su obra se reparte entre Praga, Viena, Belgrado y esta ciudad que le vio nacer. Aquí se le considera una gloria nacional y hay muchas razones para que así sea.
La entrada al Plecnikove Zale es una construcción clásica erigida a partir de la más pura simetría, cuyo arco de triunfo central nos sugiere el paso a un estadio diferente, a la inmersión en un indeterminado más allá; y eso sólo se podría hacer a través de las imponentes columnas.
Una vez dentro, el primer edificio que vemos es el oratorio de aspecto clásico con la peculiar columna central que tanto utilizó Plecnik en muchos de sus edificios. Delante de la entrada, el baldaquín es el lugar donde se celebran los funerales al aire libre, como este que vemos en la foto. Por dentro, el oratorio está presidido por un sencillo altar, del techo cuelgan las lámparas diseñadas por el propio Plecnik y podemos sentarnos en sus famosos bancos de madera sobre soportes de granito.
Fuera de este templo, el arquitecto construyó diferentes capillas con nombres extraídos del santoral para los velatorios familiares. Son estas la que le dan una rotunda personalidad al pudridero liublianense. Conviene señalar que, fieles a la costumbre local, la mayoría de los difuntos son incinerados.
precioso, qué bonito.
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Además de bonito es originalísimo, porque la idea de reinventarse diferentes estilos es, además de atrevida, conceptualmente inabarcable. Aunque parece no ser el caso de Plecnik: no le tenía miedo a nada.
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No me parece que «materialista» sea la palabra adecuada para denotar a quienes no nos creemos inmortales. Ni siquiera creo que lo sean la materia o la energía. De ahí que debamos preservar y transmitir eso tan frágil y equívoco como es el espíritu. Que opino, es lo que tú haces en este blog.
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Llevas razón, pues al escribir materialista dudé por ateo o agnóstico.
Lo cambio por ateo. Gracias por tu opinión siempre enriquecedora.
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